LA MOTIVACIÓN
Suena el despertador y salto de la cama. La noche fue buena, pero me acosté un poco ansiosa pensando en el encuentro de hoy. Es miércoles y desde hoy iniciamos un encuentro con algunos maestros. La idea es capacitarnos, compartir experiencias y seguir aprendiendo sobre lo que nos apasiona, la educación cristiana.
Descubro que es un día hermoso. El sol se asoma por las hendijas de las ventanas. No hace calor, es un clima templado y corre una brisa fresca. Me cambio y en pocos minutos estoy lista para salir. ¿Desayunar? No, el desayuno será juntas, en la cocina de mamá, que es el lugar del encuentro. Me apuro, ahí me espera un delicioso café con unas galletas recién horneadas. No hay nada más rico que un buen café por la mañana. Aunque algunos me critican por agregarle leche y azúcar.
Estoy en camino. Llevo la Biblia, un cuaderno y una cartuchera, en la que, como buena docente, hay un poco de todo (bolígrafos, lápices, marcadores varios, goma de pegar, cinta adhesiva, algunos clips, pañuelos de papel y algunos accesorios para el pelo). Llego, estaciono el auto y bajo.
El lugar para el encuentro está tal cual lo esperé: el mantel, las tazas, las galletas aún calientes, y unas medialunas que parecen irresistibles.
Por las ventanas entra una brisa suave que refresca el ambiente. Los maceteros llenos de flores que cuelgan en la ventana y los árboles de la calle le dan un marco especial de colores y aromas al encuentro.
Suena el timbre, es Bella. Bella es la más joven del grupo. Tiene 19 años. Está estudiando para maestra de niños preescolares. Es alegre y chistosa. Fue ayudante de la clase de 4 y 5 años y desde este año es la maestra de ese grupo. En unos segundos vuelve a sonar el timbre. En la puerta se encuentran Lucy y Anna. Lucy tiene 45 años, está casada y tiene tres hijos de entre 15 y 21 años. Con su esposo tienen un vivero y ella lo atiende. Es maestra de educación cristiana desde hace casi 20 años. Anna tiene 32, es soltera, profesora de inglés y está haciendo el traductorado. Conoció a Jesús hace cinco años. Sirve en el área de niños desde hace dos.
Nos estamos saludando y suena una vez más el timbre. Llega Grace. Grace tiene 28 años, está casada con Daniel y tiene un pequeño de año y medio. Es ama de casa. Antes que naciera su hijo trabajaba como recepcionista en un consultorio odontológico. Pide disculpas por la tardanza y nos cuenta que su mamá se había retrasado en llegar a su casa para cuidar a su hijito. Grace y Daniel son maestros de adolescentes. En su clase también ayuda Maxi, el hermano de Bella. Daniel y Maxi también están invitados a nuestro encuentro; pero sólo vendrán en algunas ocasiones, Daniel por su trabajo y Maxi por sus estudios en la facultad.
Todas hicimos un esfuerzo por llegar, estamos felices y entusiasmadas por lo que ese tiempo va a significar para nuestro ministerio y -¿por qué no?- para nuestras vidas.
Nos sentamos alrededor de la mesa. Todas elogiamos el rico aroma de los dulces y el café. No hay nada mejor que comenzar el día con un buen desayuno.
Conversamos, por momentos hablamos todas juntas, pero tenemos la habilidad de escucharlo todo. Nos reímos.
Después de una charla variada les pregunto por qué son maestras, por qué enseñan la Biblia a los niños. Por unos segundos se callan y piensan. Bella nos cuenta que le encantan los niños, por eso está estudiando para ser maestra. Anna nos dice que fue el primer ministerio en el que se involucró, una vez convertida. Grace dice que se habían sumado con Daniel al equipo porque se necesitaban maestros de adolescentes y ellos habían tenido esa clase en otra iglesia. Lucy está callada. Sin querer, las miradas de todas se fijan en ella. Bella le pide que cuente por qué está en el ministerio con los niños. Lucy empieza a hablar y nos dice que comenzó a trabajar con los niños hace muchos años. Nos cuenta que al principio tenía mucho miedo porque era algo muy nuevo para ella. Pero fue aprendiendo a dar clases y fue tomando confianza. Pasaron los años y tenía bastante experiencia en el trabajo con los niños, se sentía segura y disfrutaba servir a Dios en la enseñanza de los pequeños. Hizo una pausa y su voz se entrecortó al empezar a contarnos que después todo cambió. Ya no enseñaba con las ganas de siempre. Preparar las clases se había vuelto algo monótono. Pero seguía; no puede explicar por qué lo hacía. Quizá, nos cuenta, porque no había otros, o porque era lo que había hecho tantos años que no sabía qué otra cosa podía hacer o en qué otro ministerio podía estar. Nos confesó con lágrimas que estaba con los niños por costumbre, porque había estado con ellos siempre.
Como buenas mujeres, su historia y sus lágrimas nos conmovieron a todas. Anna la abrazó y le dijo lo mucho que había aprendido de ella en los años de inicio. Grace le confesó que el año anterior no había sido fácil organizarse con su bebé, pero que sus palabras la alentaron siempre y la había ayudado su experiencia como mamá, ya con hijos adolescentes. De una y de otra brotaron palabras de amor y de aliento para Lucy, quien se sentía profundamente desilusionada consigo misma. Cada frase y cada palabra de aliento fue “Palabra de Dios” para su vida, y poco a poco fue regresando su sonrisa.
Ahora te invito a contestar la misma pregunta: ¿Por qué enseñas a los niños? ¿Por qué quieres involucrarte en el área de adolescentes y jóvenes? ¿Qué es lo que te motiva a servir entre ellos?
Antes de comenzar el año, antes de dar una respuesta al pastor o al coordinador, antes de empezar un nuevo año en el servicio, debemos contestarnos esta pregunta con toda franqueza, delante del Señor.
Suele haber diversas motivaciones, que no siempre son las correctas. Ronald Held, en su libro Enseñanza que transforma (págs. 29-30), habla sobre el tema de las motivaciones de un maestro y menciona algunas que recreamos debajo.
Algunas motivaciones pueden ser:
Estoy en camino. Llevo la Biblia, un cuaderno y una cartuchera, en la que, como buena docente, hay un poco de todo (bolígrafos, lápices, marcadores varios, goma de pegar, cinta adhesiva, algunos clips, pañuelos de papel y algunos accesorios para el pelo). Llego, estaciono el auto y bajo.
El lugar para el encuentro está tal cual lo esperé: el mantel, las tazas, las galletas aún calientes, y unas medialunas que parecen irresistibles.
Por las ventanas entra una brisa suave que refresca el ambiente. Los maceteros llenos de flores que cuelgan en la ventana y los árboles de la calle le dan un marco especial de colores y aromas al encuentro.
Suena el timbre, es Bella. Bella es la más joven del grupo. Tiene 19 años. Está estudiando para maestra de niños preescolares. Es alegre y chistosa. Fue ayudante de la clase de 4 y 5 años y desde este año es la maestra de ese grupo. En unos segundos vuelve a sonar el timbre. En la puerta se encuentran Lucy y Anna. Lucy tiene 45 años, está casada y tiene tres hijos de entre 15 y 21 años. Con su esposo tienen un vivero y ella lo atiende. Es maestra de educación cristiana desde hace casi 20 años. Anna tiene 32, es soltera, profesora de inglés y está haciendo el traductorado. Conoció a Jesús hace cinco años. Sirve en el área de niños desde hace dos.
Nos estamos saludando y suena una vez más el timbre. Llega Grace. Grace tiene 28 años, está casada con Daniel y tiene un pequeño de año y medio. Es ama de casa. Antes que naciera su hijo trabajaba como recepcionista en un consultorio odontológico. Pide disculpas por la tardanza y nos cuenta que su mamá se había retrasado en llegar a su casa para cuidar a su hijito. Grace y Daniel son maestros de adolescentes. En su clase también ayuda Maxi, el hermano de Bella. Daniel y Maxi también están invitados a nuestro encuentro; pero sólo vendrán en algunas ocasiones, Daniel por su trabajo y Maxi por sus estudios en la facultad.
Todas hicimos un esfuerzo por llegar, estamos felices y entusiasmadas por lo que ese tiempo va a significar para nuestro ministerio y -¿por qué no?- para nuestras vidas.
Nos sentamos alrededor de la mesa. Todas elogiamos el rico aroma de los dulces y el café. No hay nada mejor que comenzar el día con un buen desayuno.
Conversamos, por momentos hablamos todas juntas, pero tenemos la habilidad de escucharlo todo. Nos reímos.
Después de una charla variada les pregunto por qué son maestras, por qué enseñan la Biblia a los niños. Por unos segundos se callan y piensan. Bella nos cuenta que le encantan los niños, por eso está estudiando para ser maestra. Anna nos dice que fue el primer ministerio en el que se involucró, una vez convertida. Grace dice que se habían sumado con Daniel al equipo porque se necesitaban maestros de adolescentes y ellos habían tenido esa clase en otra iglesia. Lucy está callada. Sin querer, las miradas de todas se fijan en ella. Bella le pide que cuente por qué está en el ministerio con los niños. Lucy empieza a hablar y nos dice que comenzó a trabajar con los niños hace muchos años. Nos cuenta que al principio tenía mucho miedo porque era algo muy nuevo para ella. Pero fue aprendiendo a dar clases y fue tomando confianza. Pasaron los años y tenía bastante experiencia en el trabajo con los niños, se sentía segura y disfrutaba servir a Dios en la enseñanza de los pequeños. Hizo una pausa y su voz se entrecortó al empezar a contarnos que después todo cambió. Ya no enseñaba con las ganas de siempre. Preparar las clases se había vuelto algo monótono. Pero seguía; no puede explicar por qué lo hacía. Quizá, nos cuenta, porque no había otros, o porque era lo que había hecho tantos años que no sabía qué otra cosa podía hacer o en qué otro ministerio podía estar. Nos confesó con lágrimas que estaba con los niños por costumbre, porque había estado con ellos siempre.
Como buenas mujeres, su historia y sus lágrimas nos conmovieron a todas. Anna la abrazó y le dijo lo mucho que había aprendido de ella en los años de inicio. Grace le confesó que el año anterior no había sido fácil organizarse con su bebé, pero que sus palabras la alentaron siempre y la había ayudado su experiencia como mamá, ya con hijos adolescentes. De una y de otra brotaron palabras de amor y de aliento para Lucy, quien se sentía profundamente desilusionada consigo misma. Cada frase y cada palabra de aliento fue “Palabra de Dios” para su vida, y poco a poco fue regresando su sonrisa.
Ahora te invito a contestar la misma pregunta: ¿Por qué enseñas a los niños? ¿Por qué quieres involucrarte en el área de adolescentes y jóvenes? ¿Qué es lo que te motiva a servir entre ellos?
Antes de comenzar el año, antes de dar una respuesta al pastor o al coordinador, antes de empezar un nuevo año en el servicio, debemos contestarnos esta pregunta con toda franqueza, delante del Señor.
Suele haber diversas motivaciones, que no siempre son las correctas. Ronald Held, en su libro Enseñanza que transforma (págs. 29-30), habla sobre el tema de las motivaciones de un maestro y menciona algunas que recreamos debajo.
Algunas motivaciones pueden ser:
- Por el sentido del deber: “Tengo que estar, debo estar”.
- Para apoyar el ministerio: “Porque no hay suficientes maestros”.
- Por amistad o por hacer un favor: “Me pidieron, ¿cómo voy a decir que no?”
- Por estar hace mucho y no saber cómo dejar: “Siempre estuve, siempre enseñé”.
- Por el reconocimiento: “En la iglesia se estima a los que trabajan con los niños”.
No sé si te identificaste con alguno de estos motivos. En realidad todos son motivos incorrectos, porque están mal enfocados. Un verdadero maestro cristiano tiene un motivo más elevado por el cual dedicarse a la enseñanza: un amor profundo por el Señor y el deseo de agradarlo. Y es consciente de que tiene dones para la enseñanza, para el cuidado y pastoreo de las personas, porque desea ayudarles a crecer en la fe cristiana.
Con respecto a este tema, William Martin dice en su libro Fundamentos para el educador cristiano, pág.48: “El mejor enfoque es el de reconocer que Dios llama, Dios capacita y acepta la responsabilidad final por lo que ocurre. El papel del maestro es estudiar bien, prepararse cabalmente, enseñar de manera eficiente, evaluar con honradez, crecer de manera constante y orar continuamente para que Dios multiplique el esfuerzo humano.”
Si no podemos tener la convicción de que estamos en la enseñanza porque Dios nos ha llamado para eso… entonces dejemos lo que estamos haciendo.
Si no tenemos la seguridad de que ése es nuestro lugar de servicio... no nos anotemos.
Si no sentimos amor y pasión por nuestros alumnos… no nos enrolemos en una tarea que demandará todo nuestro ser.
Te vuelvo a preguntar: ¿Por qué haces lo que haces? ¿Por qué con los niños, por qué con los jóvenes? ¿Por qué en la enseñanza? ¿Es a eso a lo que el Señor te ha llamado? ¿Estás seguro? ¿Tienes la convicción que sólo viene de su Espíritu?
¡Cuidado! No estoy diciendo que no puedas sentir un poco de temor al asumir esta gran responsabilidad o que sientas inseguridad por cosas que aún no sabes o que tengas miedo por algunos aspectos del ministerio qué aún no conoces. Eso es normal, es parte del desa-fío, del llamado. Pero cuando el Señor llama y uno está en el ministerio adecuado siente paz, siente tranquilidad, porque tiene convicción de parte de Dios.
El famoso capacitador de líderes Maxwel dice que deben estar “las personas correctas en el lugar correcto”.
En cambio, cuando uno está sirviendo en un lugar al que no ha sido llamado por Dios, se siente desganado, sin ánimo para nada, fastidiado por la tarea, rápidamente cansado, sin paciencia y mal predispuesto. Si te sientes así, entonces no estás llamado para ser maestro de educación cristiana.
Dentro de la gran variedad de dones que el Señor ha dado, entiendo que uno los puede usar y desarrollar con diferentes personas (en cuanto a edades) y de diferentes maneras. Quizá tiempo atrás el Señor te había llamado al ministerio de enseñanza entre los niños o con los adolescentes, pero ahora no. Quizás hoy el Señor esté llamando a otro. ¿Por qué? Porque puede ser que seas necesario en otro servicio, en otro ministerio. No lo sé, se lo tienes que preguntar a él.
Entonces, si no estás plenamente motivado, si no tienes esa pasión que te hace NO mirar el reloj para ver cuándo vuelves a tu casa, si no sientes el compromiso del primer día… hermano, deja el lugar para otro.
Pero, si a la pregunta de por qué estás sirviendo en la enseñanza con niños o con jóvenes se te dibuja una sonrisa en el rostro, se te llenan los ojos de lágrimas al pensar en ellos, no puedes dejar de pensar en las cosas lindas que has planeado para ese año, oras y oras por tus alumnos, sientes un amor y una pasión por el servicio entre ellos que hace doler tu corazón… entonces no dejes de estar, no dejes de servir, no dejes de sumarte, no LOS dejes. El Señor te ha llamado a amarlos, a enseñarles, a pastorearlos, a ministrarlos… te ha llamado a ser Sus manos a favor de ellos en este tiempo.
Con respecto a este tema, William Martin dice en su libro Fundamentos para el educador cristiano, pág.48: “El mejor enfoque es el de reconocer que Dios llama, Dios capacita y acepta la responsabilidad final por lo que ocurre. El papel del maestro es estudiar bien, prepararse cabalmente, enseñar de manera eficiente, evaluar con honradez, crecer de manera constante y orar continuamente para que Dios multiplique el esfuerzo humano.”
Si no podemos tener la convicción de que estamos en la enseñanza porque Dios nos ha llamado para eso… entonces dejemos lo que estamos haciendo.
Si no tenemos la seguridad de que ése es nuestro lugar de servicio... no nos anotemos.
Si no sentimos amor y pasión por nuestros alumnos… no nos enrolemos en una tarea que demandará todo nuestro ser.
Te vuelvo a preguntar: ¿Por qué haces lo que haces? ¿Por qué con los niños, por qué con los jóvenes? ¿Por qué en la enseñanza? ¿Es a eso a lo que el Señor te ha llamado? ¿Estás seguro? ¿Tienes la convicción que sólo viene de su Espíritu?
¡Cuidado! No estoy diciendo que no puedas sentir un poco de temor al asumir esta gran responsabilidad o que sientas inseguridad por cosas que aún no sabes o que tengas miedo por algunos aspectos del ministerio qué aún no conoces. Eso es normal, es parte del desa-fío, del llamado. Pero cuando el Señor llama y uno está en el ministerio adecuado siente paz, siente tranquilidad, porque tiene convicción de parte de Dios.
El famoso capacitador de líderes Maxwel dice que deben estar “las personas correctas en el lugar correcto”.
En cambio, cuando uno está sirviendo en un lugar al que no ha sido llamado por Dios, se siente desganado, sin ánimo para nada, fastidiado por la tarea, rápidamente cansado, sin paciencia y mal predispuesto. Si te sientes así, entonces no estás llamado para ser maestro de educación cristiana.
Dentro de la gran variedad de dones que el Señor ha dado, entiendo que uno los puede usar y desarrollar con diferentes personas (en cuanto a edades) y de diferentes maneras. Quizá tiempo atrás el Señor te había llamado al ministerio de enseñanza entre los niños o con los adolescentes, pero ahora no. Quizás hoy el Señor esté llamando a otro. ¿Por qué? Porque puede ser que seas necesario en otro servicio, en otro ministerio. No lo sé, se lo tienes que preguntar a él.
Entonces, si no estás plenamente motivado, si no tienes esa pasión que te hace NO mirar el reloj para ver cuándo vuelves a tu casa, si no sientes el compromiso del primer día… hermano, deja el lugar para otro.
Pero, si a la pregunta de por qué estás sirviendo en la enseñanza con niños o con jóvenes se te dibuja una sonrisa en el rostro, se te llenan los ojos de lágrimas al pensar en ellos, no puedes dejar de pensar en las cosas lindas que has planeado para ese año, oras y oras por tus alumnos, sientes un amor y una pasión por el servicio entre ellos que hace doler tu corazón… entonces no dejes de estar, no dejes de servir, no dejes de sumarte, no LOS dejes. El Señor te ha llamado a amarlos, a enseñarles, a pastorearlos, a ministrarlos… te ha llamado a ser Sus manos a favor de ellos en este tiempo.
por Jessica Ibarbalz
Capítulo 1 del libro "Maestros en la vida real "
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