Síguenos en Facebook

lunes, 25 de noviembre de 2019

La ayuda Pastoral y la Formación Espiritual del Niño

Maestros de Niños – La Ayuda Pastoral y la Formación Espiritual del Niño-Parte 1.


En una ocasión, una maestra amiga vivió una situación triste.
—No sabía qué hacer o qué decir —me comentó muy turbada—. Fui a visitar a esos tres niños que acababan de perder a su ma­dre por un cáncer. ¡Nunca me sentí tan in­útil!
—¿ Y al final qué hiciste? —le pregunté. —Los abracé a los tres —dijo— y lloré a la par de ellos. Pero los tíos me retaron y me dijeron que los niños no necesitaban de eso. ¡Casi me echan de la casa! Me fui de allí muy mal. Me queda una sensación fea, como que fracasé con ellos.
Yo traté de darle a mi amiga otra pers­pectiva con relación al incidente que había vivido.
—¿ Qué te parece que hubiese hecho Je­sús con esos niños? —le pregunté.
Se quedó mirándome y luego me contestó que seguramente Jesús hubiese sabido per­fectamente cómo consolar mejor a esos tres niños angustiados.
—Puede ser —le dije—, pero creo que hubiese hecho lo mismo que tú hiciste. Creo que él los estaba consolando de la mejor manera a través de tus abrazos y tus lágrimas.
Nos cuesta pensar en un Jesús humanizado con respuestas sencillas a la vida. De alguna forma, nos parece que Jesús siempre respondía a las circunstancias de la vida de un modo perfecto, sin ninguna duda. Nosotros, que no sabemos qué hacer o qué decir en ciertas circunstancias, llevamos un sentido de culpa por no tener las respuestas a circunstancias difíciles. Por eso elaboramos enormes distorsiones en el concepto de Dios y se las transmi­timos a los niños.
Las distorsiones solamente se pueden corregir mediante la fe sencilla y natural de personas que aman a Dios y han aprendido a amar a los niños. Mi amiga estaba mostrando el amor de Dios a esos pequeños niños en medio de su desolado dolor. Sus abrazos y lágrimas para con ellos eran un reflejo de la misma actitud que el Señor demostró cuando lloró por la muerte de su amigo Lázaro y por el dolor de sus familiares y amigos.
Quizá uno de los elementos más importantes del ministerio pastoral a los niños es el que ilustra este pequeño incidente que he relatado. El cuidado pastoral aprovecha cada oportu­nidad que se nos presenta como un elemento más en la formación espiritual del niño.
La enseñanza que recibe en la clase es una sola parte de lo que llamaríamos su «formación espiritual». Por supuesto, el entorno familiar debería contribuir, más bien, debería ser el fundamento de esta formación. Pero como esto no se da en la mayoría de los hogares, aun en aquellos donde los padres son cristianos, el maestro debe jugar un papel decisivo en la formación espiritual del niño.
El nivel de influencia que ejerce el maestro dependerá en dos cosas: de la relación afectiva que tiene con el niño y de su comprensión de las maneras de guiar al niño en desarrollar su relación con Dios.
 La Necesidad de la Relación Personal con Cristo.
Para poder recibir una ayuda pastoral plena, el niño debe conocer a Cristo como su Salvador personal. Esto no es una condición para hacer diferencias en el trato con los niños. Pero no se puede hablar de formación espiritual sin el compromiso inicial de fe en Cristo como Salvador. Esta experiencia afecta el alcance de lo que se puede lograr con la ayuda pastoral al niño. Por eso los encuentros con los niños son momentos especiales para presen­tarles el plan de salvación y darles la oportunidad de tomar sus primeros pasos hacia un conocimiento personal del Señor.
Hay muchas maneras de presentar el plan de salvación a la niñez. La inmensa variedad de caminos a través de los cuales las personas llegan a Dios hace imposible fijar una sola fórmula que deba aplicarse para toda persona como pasos inalterables en la decisión de fe. La individualidad del niño es tan absoluta como la del adulto, y no debería ser ignorada por esquemas presuntamente aplicables a todos. No obstante, el niño debe entender en alguna medida ciertas verdades básicas para aceptar a Cristo como su Salvador.
Extracto del libro “Más Que Maestros”
Por Betty S. de Constance.

No hay comentarios:

Publicar un comentario