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miércoles, 11 de enero de 2017

LOS NIÑOS...UNA PRIORIDAD EN EL CORAZÓN DE DIOS.


La tercera parte de la población mundial son niños. Esta cifra nos impulsa a obedecer el mandato de nuestro Señor Jesucristo cuando le dijo a Pedro: «Apacienta mis corderos». ¿Se refería Cristo a los niños cuando le comisionó esto a Pedro? El siguiente artículo nos pone a pensar sobre este mandato y la razón que puede tener.

El Señor Jesús expresó interés hacia los niños cuando ordenó a Pedro en Juan 21:15: «Apacienta mis corderos». Es razonable deducir que aquí se refiere a niños. Los corderos son los menores del rebaño. En los dos versículos que siguen da a Pedro dos órdenes adicionales: «Apacienta mis ovejas». Vimos en artículos anteriores que aproximadamente ¡los dos tercios de la población mundial son adultos y la tercera parte son niños!

La primera prioridad y preocupación de cualquier pastor siempre son los corderos porque son las ovejas del futuro, y su primera responsabilidad es alimentarlos porque el futuro de él depende de ellos. Además con frecuencia son incapaces de alimentarse a sí mismos. Siempre hay algo atractivo en los corderos y su impotencia que hace brotar un amor especial y en consecuencia una atención especial. Las ovejas que constituyen las dos terceras partes de la población necesitan ser pastoreados (Juan 21:16) y necesitan alimento (Juan 21:17). Pero la primera prioridad y atención siempre se debe dirigir hacia los pequeños que por sí solos son tan impotentes e indefensos. Cualquier hacendado o pastor confirmará esto.

Dr. Richard Lenski, el conocido comentarista de la Biblia, escribe: «Jesús menciona primero a los corderos no porque sean de menor valor o requieran menos cuidado sino al contrario. Jesús aquí pone a sus más preciadas posesiones bajo el cuidado de Pedro. La alimentación y nutrición espiritual de los niños se establece aquí como la primera parte del oficio apostólico.»

Mateo Henry, el comentarista de la Biblia, dijo al predicar a pastores en el año 1713: «Los ministros de Cristo deben entender que tienen la responsabilidad de alimentar a los corderos del rebaño de Dios... sea en público o en privado, en solemnes asambleas religiosas o en reuniones llevadas a cabo con ese propósito específico.»

El amor y la preocupación de nuestro Jesús hacia los corderos se ven claramente también en Isaías 40:11: «Como un pastor que cuida su rebaño, recoge a los corderos en sus brazos; los lleva junto a su pecho, y guía con cuidado a las recién paridas».
Nuestra reacción podría ser la de David en el Salmo 34:11 cuando escribió: «Vengan, hijos míos, y escúchenme, que voy a enseñarles el temor del SEÑOR».
Para concluir, recuerde: Evangelizamos a los niños porque parecen estar tan cerca del corazón de nuestro Salvador quien desea que vengan a él.

Carlos Spurgeon escribió:
Cuando nuestro Señor bendijo a los niños, estaba realizando su último viaje a Jerusalén. Fue por lo tanto una bendición de despedida la que dio a los pequeños y nos recuerda el hecho de que entre sus últimas palabras a sus discípulos, antes de ascender, hallamos el tierno encargo: «Apacienta mis corderos». El gran Pastor de Israel, quien «recoge los corderos en sus brazos y los lleva junto a su pecho», sentía con fuerza esa pasión, y fue apropiado que durante su viaje de despedida otorgara su bendición a los niños.

Jesús dice: «Miren que no menosprecien a uno de estos pequeños». Tengan cuidado de no decir palabras poco amables en contra de sus jóvenes hermanos y hermanas en Cristo. Jesús valora tanto a sus corderos que los lleva junta a su pecho, y les encomiendo a ustedes, quienes siguen a su Señor en todas las cosas, que muestren semejante ternura a los pequeños de la familia divina.

Su corazón era un gran puerto en el que muchas pequeñas embarcaciones podían anclar. Jesús nunca se sentía más a gusto que con los niños. 

Permíteme guiar a un niño
Señor, no te pido
Que me des una gran obra tuya,
Un noble llamado, o asombrosa tarea.
Dame una pequeña mano para tomarla en la mía;
Dame a un niño para señalarle
El dulce camino que conduce hacia ti;
Dame una pequeña voz para enseñarle a orar;
Y dos ojitos que vean tu rostro.
Te pido, Señor, tan sólo esta corona:
Poder enseñar a un niño.
No pido ser colocado
Entre los sabios, los dignos o los grandes;
Sólo pido que, tomados de la mano,
Un niño y yo entremos por la puerta.
(Autor Desconocido)